Los amargados siempre están de mal humor, criticando desde el gobierno hasta al nietito, pasando por el tiempo, el barrio, los hijos, el vecino, los niños que juegan afuera, el ruído, el reuma, la gripe, los precios, el frío, el sol, el gato, el perro, en fin, la lista sería interminable, así que para resumir, baste decir, absolutamente todo.
Los felices, siempre están sonriendo, nunca se quejan aunque estén enfermos, o solos, siempre están dispuestos a ayudar, a quedarse a cuidar los nietos, conversan con los vecinos... También en este caso la lista sería muy larga, así que abreviando, todo lo contrario a los primeros.
Entonces me preguntaba ¿por qué sucede ésto? ¿por qué esta marcada diferencia? ¿cuál es su causa, su origen? Y tuve una experiencia iluminadora. Corría el año 1978 cuando recién casados, mi esposa y yo fuimos a Bariloche (clásico ¿verdad?) en un mes de noviembre. Casi veranito. Como corresponde, subimos al cerro Catedral para desde allí admirar toda la cordillera y el lago Nahuel Huapi allá abajo. Arriba, en el cerro, había (supongo que todavía está) un parador, muy "suizo", es como una cabaña de esas que ves en las películas. Afuera, a los lados de la entrada había unas bancas de madera, recostadas a la pared, también de maderas, del parador. Sentado en una de ellas, había un viejito, arropado, con su gabán con cuello de piel bien cerrado, gorra a cuadros y guantes de cuero -lo recuerdo como si fuera hoy- con la mirada en la lejanía, donde ya el sol casi se ocultaba detrás de las montañas nevadas, iluminando de ese color tan especial en esa hora, como entre dorado y rosa, a la superficie del lago. Pasamos a su lado y el viejito ni parpadeó, siguió mirando lejos con una hermosa sonrisa en sus labios. Sólo. Sonriendo.
Me detuve a su lado, sorprendido, y le dije:
- ¿Qué hace aquí sólo, abuelo? Y en qué estará pensando que sonríe tanto ¿eh?
El viejito, con sus cachetes rosados, más por el frío que ya hacía, su pelo blanco saliendo a mechones debajo de la gorra, volvió a la realidad, con un casi imperceptible sobresalto. Con sus ojos azules, aún reflejando otro mundo, otro tiempo, me miró y sonrió aún más ampliamente. Amablemente, dulcemente podría decirse, siempre sonriendo me dijo:
- Mis hijos y nietos están adentro. Me quedé aquí, recordando... Es que yo soy suizo ¿sabe?. Mis padres me trajeron a Argentina cuando yo era todavía un jovencito. Apenas dieciséis años tenía. Vivo en Misiones y siempre había escuchado que esto era como Suiza. Y sí, esto me recuerda mucho a mi país, a mi pueblo. Me quedé recordando como allá, hace muchos años, a mis decieséis, tenía una novia muy linda, a la que ya no vi nunca más. Y me estaba recordando de ella, como si fuera hoy... Sí, este lugar es muy parecido a aquél lugar.
Y en ese momento entendí las causas, los orígenes de las dos categorías:
La primera, la de los viejos vacíos, sin vivencias, grises, cargados hasta el desborde de la rutina, sin recuerdos, sin nada que compartir, nada que contar, nada que soñar, nada que revivir. Amargados.
La segunda, la de los viejos plenos, vividos, colmados de experiencias, de alegrías y tristezas (siempre hay), de buenos y malos momentos, con la paz que da la tarea cumplida, aún sobrados de amor, llenos de recuerdos... Felices.
Cada etapa de la vida tiene su grado de dificultad para sobrellevarla, pero una vez que nos acostumbremos, adaptemos, acomodemos a ella la disfrutaremos tanto como las anteriores. Yo observo a mi hermano, mi padre y mi abuelo, cada uno son un mundo distinto, con visiones de diferentes ángulos, claro uno con más sabiduría ante el otro, pero cada quien saboreando las mieles que brotan de sus años.
ResponderEliminarEl cuerpo definitivamente tiene que envejecer, es irremediable, pero cada arruga, cada cana simbolizan historias maravillosas y representan fielmente el paso del tiempo. Pienso que es motivo de orgullo y satisfacción -más en estos dorados días- disfrutar de la vejez. Triste es cuando envejece el alma sin haber alcanzado la tercer edad, que se apague el brillo de la mirada evitando con ello que descubramos el sentido de la vida en cada destello o que se sellen los labios impidiendo que los que vamos detrás tengamos algún arma (consejo) para afrontar las adversidades.
La melancolía es bienvenida, mas no debemos permitir nos envuelva permanentemente porque nos sumergirá en las sombras de una realidad que no llegará, por más que la deseemos. Es mejor dejarla de lado, abrir la ventana y aspirar las bondades que Dios nos regala día a día.
Muy lindo y sentimental el relato que nos regalas, me gustó recrear la imagen del viejito soñando despierto.
Un fuerte abrazo mi querido amigo, te quiero bien y animado. Sigue capturando instantes de la vida con tu cámara que nosotros seguiremos apreciando tu arte.
Si llegamos a la vejez, que sea sabios y felices.
ResponderEliminarLiz: Gracias por tus comentarios, por estar aquí, como siempre. gracias por ser tan delicada y sutil para decirme que lo mío no es escribir, sino la fotografía... (Je!)
ResponderEliminarGraciela: Tu comentario es lo ideal, lo deseable. En el mundo somos ya 6.8 billones de seres humanos(pero la culpa de la contaminación la tienen las vacas) y de ellos 611 millones tienen (tenemos) +60 años de edad. ¿Cuántos crees que son (somos) sabios y felices?
Un abrazo a las dos, desde éste México violento.
¡Qué va, Manuel! si últimamente me has sorprendido sobremanera, no sabía yo de tu faceta de escritor, y te puedo decir que no lo haces nada mal, tienes capacidad para poner las imágenes en los ojos del lector. Además yo sabía que tenías algo de escritor pues tu fotografía es pura poesía gráfica, con un título y la foto dices mucho. Así que nada, que no te encasillo como un simple amante de la fotografía, me da gusto ir descubriendo tus talentos, tienes mucha sensibilidad, siempre lo he dicho, y me parece perfecto que volques todo ese sentir en el papel.
ResponderEliminarBesos y abrazos, vecinito.
Ja! Ja!
ResponderEliminar¡Eres mi mejor crítica Liz!
Buenas noches. Que tengas buena semana, que los hados te acompañen todo el tiempo.
Un fuerte abrazo de tu vecino del norte.
A mis 55, pienso con frecuencia que no debe ser nada fácil. Ojalá tengamos la fuerza y la gracia de hacerlo aceptablemente (envejecer, digo, claro).
ResponderEliminarVeremos.
Y, Manuel, me gustan muchísimo tus fotos, pero me nace más comentar tus escritos.
Un abrazo.
Lo que pasa mi querida Amelia, es que uno planea muchas cosas a lo largo de su vida. Menos la vejez. Siempre se vé tan lejos... Y de pronto está allí, y te va como te va. Depende de tantos factores. Muchos externos. ¡Y uno sin haber planeado nada! Por eso digo, al menos, que nos alcance llenos de recuerdos. Me alegra mucho que te gusten mis fotos. Que entretengan en los malos ratos, o en los vacíos. Con respecto a escribir, me gusta mucho; es más, creo que escribo mejor de lo que hablo, expreso mejor mis ideas (la conexión cerebro-boca va muy rápido; escribir permite ordenar mejor las ideas y lo que se quiere decir, al menos en mi caso) pero escribir requiere mucho más tiempo que el que toma hacer un post con unas fotos. Sí, el tomar las fotos es otra cosa, pero a mí me sale natural. Siempre me gustó, desde niño.
ResponderEliminarTrataré de ir dándome algunos tiempos para escribir. Me encanta me comentes luego, que piensas de mis exabruptos.
Un abrazo.