Unas frases de Eduardo Galeano, de su libro "Días y noches de amor y de guerra"
- El crimen de la esperanza, ¿no es peor que el crimen de las personas?
- La censura triunfa de verdad cuando cada ciudadano se convierte en el
implacable censor de sus propios actos y palabras.
- No es necesario saber leer y escribir para escuchar la radio a transistores o
mirar la televisión y recibir el cotidiano mensaje que enseña a aceptar el
dominio del más fuerte y a confundir la personalidad con un automóvil, la
dignidad con un cigarrillo y la felicidad con una salchicha.
Felicitaciones, por la foto y por lo que pusiste de Galeano!
ResponderEliminar¡Gracias Ignacio!
ResponderEliminarGrande Galeano...
Un abrazo y saludos al gato.
Me encanta este cuento corto de Galeano:
ResponderEliminarA mediados del 73, lo nombraron jurado en un concurso de novelas y el Viejo cruzó el río. Una noche me invitó a cenar. Él estaba con una mujer. Caminamos unas cuadras, los tres, por el centro de Buenos Aires, por esa zona que los porteños llaman la City. Le costaba caminar; andaba lento, se cansaba fácil. Le costaba pero quería, y parecía bastante contento, aunque decía que no reconocía las calles y los lugares de esa ciudad donde había vivido, tiempo atrás, unos cuantos años.
Fuimos a una cervecería de la calle Lavalle. El Viejo se sirvió un par de bocados y dejó los cubiertos cruzados sobre el plato. Estaba callado. Yo comía. Ella hablaba. En eso, el Viejo le preguntó: -¿No querés ir al baño? Y ella dijo: -No, no. Terminé la salchicha con ensalada rusa. Llamé al mozo. Pedí una costilla de cerdo ahumada con papas redonditas. Tres chops. El Viejo insistía: -Pero, ¿estás segura de que no querés ir al baño? -Sí, sí-dijo ella-. No te preocupes. Al rato, otra vez. -Tenés la cara brillante -le dijo-. Convendría que fueras al baño a empolvártela un poco. Ella sacó un espejito de la cartera. -No está brillante -dijo, sorprendida. -Pero yo creo que tenés muchas ganas de ir al baño -insistió el Viejo-. Yo creo que vos querés ir al baño. Entonces ella reaccionó: -Si querés quedarte solo con tu amigo, decímelo nomás. Si yo molesto, podes decírmelo y me voy. Se levantó y me levanté. Le puse una mano en el hombro, le pedí que se volviera a sentar. Le dije: -Vamos a pedir un postre. Vos no... -Si él quiere que me vaya, me voy. Sollozaba. -Vos no te vas de acá sin comer el postre. Él no te quiso decir eso. Él quiere que te quedes.
El Viejo, impávido, miraba las cortinitas doradas de la ventana. Aquél fue el postre más difícil de mi vida. Él no lo probó. Ella comió una cucharadita de helado. A mí se me atragantó la ensalada de frutas. Finalmente, ella se levantó. Se despidió, con la voz quebrada por el llanto, y se fue.
El Viejo no movió un músculo. Siguió callado un largo rato. Aceptó el café con una leve inclinación de la cabeza. Intenté decir algo, cualquier cosa, y él asentía sin palabras. Tenía la frente arrugada y la mirada de infinita tristeza que yo le conocía bien. -Hay que joderse -dijo, al fin-. ¿Sabes para qué quería yo que ella se fuera un momento al baño? Para decirte que me siento muy feliz. Yo quería decirte que nunca estuve tan bien con ella como en estos días. Que estoy hecho un potrillo, que... Y movía la cabeza. -Hay que joderse -decía.