.
.
“Para mí ya está atardeciendo y sé casi con certeza que voy a durar poco ya; por tanto tengo que decir a Cristo, que pasa por la vida de todo hombre disfrazado de pasajero y haciéndose el apurado, como los discípulos de Emmaús: “Quédate conmigo, Señor, porque ya anochece”.”
.
Pasaje de: Castellani, Leonardo. “Psicología Humana.”

lunes, junio 21, 2010

Stairway to Heaven (Escalera al cielo)




Reflexión sobre la vida, encontrada en un lugar inesperado (como sucede generalmente). De "Ananke", un cuento de "ciencia-ficción" de Stanislaw Lem:


[...] "Entre los treinta y los cuarenta, más cerca de los segundos: la línea de sombra -la edad en que avenirse a las condiciones del contrato no firmado, impuesto sin que lo hayamos pedido, el reconocimiento de que lo que obliga a los demás se aplica también a uno mismo, que la regla no tiene excepciones; aunque sea contrario a la naturaleza, uno tiene que envejecer-. Hasta ahora sólo el cuerpo obedecía ese mandato a escondidas -pero eso no era ya suficiente; ahora había que dar ya la conformidad-. La juventud convertía su propia inmutabilidad en la regla básica: he sido un niño, un inmaduro, pero ahora soy realmente yo mismo, y así me voy a quedar. Era la gran broma que se hallaba en la base misma de la existencia, cuando uno descubre su falta de fundamento, siente más asombro que temor, una sensación de indignación ante el descubrimiento de que el juego para el que has sido reclutado era una trampa, de que la partida debía haber sido totalmente distinta; y tras la sorpresa, la indignación y la resistencia iniciales comienzan las lentas negociaciones con uno mismo, con el propio cuerpo: no importa lo lento e imperceptible que sea el envejecimiento físico, nuestra razón nunca llega a reconciliarse con él; nos preparamos para afrontar los treinta y cinco, luego los cuarenta, como si éstos fueran a durar, y después, en la siguiente revisión, el derrumbamiento de todas las ilusiones produce tal resistencia que el ímpetu nos conduce a traspasar las fronteras. El hombre de cuarenta años comienza entonces a comportarse como un viejo. Una vez reconocido lo inevitable, continuamos el juego con sombría tenacidad, con el perverso deseo de doblar la apuesta: muy bien, si hay que jugar, aunque nunca di mi conformidad ni nunca me la pidieron, aunque no lo sabía, aquí tienes, lo que debo y más -aunque suene ridículo, tratamos de hacer un farol al contrincante-. Me pondré tan viejo de golpe que te arrepentirás. En el límite de la línea de sombra, o una vez traspasada, en la fase en que debemos rendirnos y entregar las posiciones, continuamos luchando todavía, seguimos resistiéndonos a la evidencia y, con todos esos forcejeos, envejecemos psíquicamente a saltos: o nos pasamos o no llegamos, hasta que un día, demasiado tarde, como siempre, nos damos cuenta de que toda aquella pelea, todos esos ataques, retiradas y fintas, eran también una broma. Somos como niños, negándonos a dar nuestra conformidad a algo que no la necesita, donde nunca hubo lugar para la protesta o la lucha; una lucha, además, basada en el autoengaño. La línea de sombra no es todavía el "memento mori", pero es en muchos aspectos peor aún, pues desde ella podemos ya ver como disminuyen nuestras perspectivas. El presente no es ya una promesa ni una sala de espera, no es un prólogo ni un trampolín desde donde lograr grandes esperanzas, porque, sin que nos diéramos cuenta, la situación se ha invertido. Lo que se suponía un entrenamiento era una realidad irreversible; el prólogo había resultado ser la historia misma, las esperanzas, utopías; lo opcional, lo provisional, lo momentáneo, el único contenido de la vida. Todo lo que no se había cumplido ya, jamás se lograría. Y había que conformarse con ello en silencio, sin temor y, si era posible, sin desesperación." [...]